Cada dos años, del 5 al 10 de enero, en año impar, en Riosucio, es convocado el Carnaval del Diablo, una verdadera muestra de tradición en donde el mestizaje del pueblo colombiano se da cita en una gran fiesta lúdica y donde la realidad se burla y se trastoca a través de la magia de la danza, el disfraz, la palabra, la poesía y la música.
En la época de la Colonia surgió la enemistad entre dos pueblos: Quiebralomo Real de Minas, población mulata, uno de los reales de minas más ricos de América en el siglo XVI administrado por los españoles al servicio del rey de España y La Montaña, pueblo indígena.
Después de un siglo de confrontación y gracias a la intervención de dos sacerdotes católicos, quienes amenazaron a los habitantes de los dos pueblos con la condena eterna de seguir en guerra, acabaron compartiendo territorio, dando así el origen a la actual población de Riosucio.Para sellar el pacto de paz entre los dos pueblos, estos se juntaron en las festividades de Reyes Magos en 1847. Pronto, la celebración de Reyes Magos se transmutaría, pues el guardián de la paz y quien siempre estaría para recordarles la palabra que dieron a los sacerdotes, es el diablo, un diablo mestizo que se nutrió de las danzas ancestrales africanas, de los ceremoniales indígenas al sol y la tierra, de la tradición de los europeos que venían en busca de la libertad y que vieron en América, su paraíso.
El Diablo de Riosucio es sincretismo cultural cuya imagen recoge algunos elementos del diablo judeo-cristiano, pero que conceptualmente no está ligado a la significación del mal. El Diablo del Carnaval es el custodio de la fiesta. Como bien lo describen los textos del sitio oficial del Carnaval, el Diablo riosuceño es:
"Un estado anímico heredado de la tradición cultural aborigen de la mezcla de culturas y razas que vivió la parte occidental de lo que hoy se llama Caldas. Es un espíritu inspirador de muchas cosas como la preparación de los oídos para la música y del cuerpo para la danza. Es quien inspira a los escritores y poetas para fabricar los versos y canciones. [...] Como símbolo es el fiel reflejo de la mascarada de la vida. Se le erige como figura central para luego quemarlo, en actos ceremonialmente juguetones. [...] Su figura cambia con el transcurrir de los tiempos y en ningún momento es un ídolo. El está en el corazón amable de cada riosuceño para hacer posible el Carnaval".
El Carnaval está regido por un gobierno soberano, compuesto por presidente, alcalde y funcionarios, como autoridad que debe ser obedecida por propios y visitantes. Es el encargado de emitir leyes con disposiciones que decretan paz, fraternidad y alegría.
Además del Gobierno soberano, la República del Carnaval tiene en el matachín, el decretero, el voceador, el abanderado, los cuadrilleros y los dirigentes de la cuadrilla juvenil e infantil, sus personajes principales, al ser ellos los hacedores de la fiesta.
El Carnaval de Riosucio tiene la característica de ser la fiesta más larga de Colombia y, tal vez, del mundo, pues se inicia en julio con el Decreto de Instalación de la República del Carnaval y culmina en enero, cuando la fiesta llega a su fin con el Testamento, despedida del jolgorio que se hace con el Entierro del Calabozo y la Quema del Diablo, dando fin al embrujo del “guarapo” o chicha fuerte de caña y aceptando el final del reinado del Diablo… hasta el próximo Carnaval.
Los decretos, el convite, la entrada del diablo, las cuadrillas, el testamento son una sucesión de eventos que hacen del Carnaval una experiencia única para los sentidos, un encuentro de ríos de gente que se unen en el goce de una manifestación cultural altamente estética.
Las comparsas cantadas el día domingo son quizás la actividad más importante dentro del Carnaval. A diferencia de las cuadrillas del Carnaval de Río, que son de calle y tienen alrededor de 300 personas, las de Riosucio son de cámara, por lo que tienen alrededor de 12 personas, número adecuado para una sala de casa.
El ingenio, la imaginación, el colorido y el lujo de los disfraces hacen de esta campaña artística dominical un acto especialísimo, pues es el resultado de dos años de preparación en busca de mantener viva la tradición de un pueblo que vive y vibra al ritmo endiablado de su Carnaval.
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