Las hormigas sólo aparecen alrededor de la Semana Santa en los meses de marzo, abril o mayo. Siempre en un día soleado, que preceda a otro de intensa lluvia.
Las primeras en salir (como de costumbre), son las obreras, seguidas por los zánganos o cabezones, quienes se sitúan alrededor de la boca del hormiguero y anuncian la inminente llegada de las reinas.
Estas aparecen y eligen rápidamente a su compañero (es este momento de indecisión el perfecto para cazarlas cogiéndolas por las alas). Una vez apareadas (no cazadas) emprenden vuelo con el cabezón copulando un tanto incómodamente, acto que cuesta la vida al macho. La reina, aterriza para enterrarse inmediatamente y depositar sus huevos que formarán un nuevo nido.
Es importante cubrirse las piernas durante la caza, pues una mordida de sus tenazas, puede malograr la diversión de cazarlas y el placer de comerlas.
Una vez cazadas, viene el engorroso oficio de quitarles las alas y desprender el abdomen y las patas de la apetecible parte trasera. Pero bien vale la pena todo este esfuerzo por su exótico y exquisito sabor una vez ya tostadas. Sus poderes afrodisíacos son conocidos por los indígenas desde tiempos precolombinos, pero ocultaron el secreto a los españoles durante varios siglos.
La forma de prepararlas ha sido siempre la misma y es muy simple. Se calienta un tiesto de barro o una sartén de hierro y se engrasa un poco. Se ponen a tostar, revolviéndolas, cuidando de no dejarlas quemar. Se les rocía un poco de sal y se comen.
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