Nació en Chaparral, el 13 de octubre 1897 y murió en Ibagué, mayo 7 de 1989.
Político y estadista tolimense. Darío Echandía Olaya cursó sus estudios primarios en la escuela pública de su ciudad natal, luego sus padres se trasladaron a Bogotá. Allí ingresó al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde terminó sus estudios secundarios y los de Derecho y Ciencias Políticas en 1917.
La vida pública de Darío Echandía fue intensa, pocos políticos colombianos han sido protagonistas tan directos del acaecer histórico y social de la nación como él. A los 21 años ya era diputado en la Asamblea Departamental del Tolima, de donde salió un poco resentido por el manejo que se le daba a su partido. Durante algún tiempo trastocó su fogosidad de político idealista por la mesura y el equilibrio del jurista. En Ambalema ocupó el cargo de juez civil del circuito, hasta el año 1927, cuando fue nombrado magistrado del Tribunal Superior de Ibagué, cargo que desempeñó muy fugazmente, pues a los pocos meses pasó a gerenciar el Banco Agrícola Hipotecario de la ciudad de Armenia.
Echandía participó activamente en la campaña presidencial de Enrique Olaya Herrera y fue precisamente en una de sus convenciones donde entabló contacto con Alfonso López Pumarejo, a la sazón director nacional del partido liberal. Desde entonces los unió una gran amistad personal y política, pilar fundamental en el cambio de las estructuras sociales de la república conocido como la política de la Revolución en Marcha. En 1930, obtenido el triunfo liberal, Echandía fue elegido miembro de la Dirección Nacional Liberal.
En 1931 se desempeñó como senador. En 1934 volvió a integrar la Dirección Nacional Liberal, adelantando como tal el debate electoral que llevó al poder a López Pumarejo. Ese mismo año fue elegido como representante a la Cámara por el Tolima, y el 13 de agosto, por deferencia especial del presidente López, fue nombrado ministro de Gobierno y después ministro de Educación.
Más tarde, el ala del partido liberal inclinada más a la izquierda, encabezada por Jorge Eliécer Gaitán, pensó en Echandía como posible sucesor de López. Aceptada la precandidatura, luego la declinó, por su propia voluntad, en favor de la del liberal de centro Eduardo Santos. Echandía fue embajador de Colombia ante El Vaticano, y como tal le correspondió la negociación para un nuevo Concordato, duramente atacado por la oposición conservadora y por los prelados de la Iglesia colombiana, cerrados ante las radicales reformas de la administración López.
Ocupó por segunda vez el Ministerio de Gobierno en la segunda administración de López, y el Congreso lo eligió como primer designado, condición en la cual asumió la Presidencia cuando López se retiró a causa de los quebrantos de salud de su esposa. El 10 de julio de 1944, cuando era designado y a la vez ministro de Relaciones Exteriores, tuvo lugar el golpe militar contra el presidente López en Pasto. Echandía se hizo presente en el palacio de gobierno y, una vez el Consejo de Estado lo autorizó para asumir el poder, tomó posesión de él y se hizo reconocer por las tropas, salvando así el orden constitucional del país.
Para el período 1946-1950 su nombre volvió a sonar como candidato, pero ante la rivalidad de Gabriel Turbay y de Jorge Eliécer Gaitán, Echandía se abstuvo de participar en el debate electoral, considerándolo perjudicial para el liberalismo: «No deseo dividir en tres lo que ya está dividido en dos». Realizó ingentes esfuerzos para obtener la unión del liberalismo y luego partió como embajador a Londres, carácter en el cual asistió a la primera Asamblea de las Naciones Unidas.
En 1947 fue elegido para la Dirección Nacional Liberal. Como ministro de Gobierno de Mariano Ospina Pérez, se jugó todo su prestigio personal, buscando una salida a la violencia y el restablecimiento del orden jurídico. Ante el fracaso, se retiró del gobierno y fue elegido por su partido para las elecciones presidenciales de 1949, por ser «un símbolo de tolerancia frente a la pasión partidista».
No obstante, ante las condiciones vejatorias del régimen conservador, que empezaba a violar el régimen constitucional prohibiendo las manifestaciones públicas, declarando el estado de sitio y persiguiendo al pueblo liberal inerme, Echandía retiró su candidatura e invitó a sus copartidarios a no concurrir a las urnas por el inmenso peligro que ello encerraba. El mismo sufrió un atentado el 25 de noviembre de 1949, en el cual resultaron muertos su hermano Vicente Echandía, dos estudiantes y un comerciante, además de numerosos heridos por los disparos efectuados por una patrulla de la policía militar.
Cuando en 1953, con la anuencia de un sector del conservatismo y del liberalismo, el general Gustavo Rojas Pinilla se tomó el poder, Echandía definió brillantemente los sucesos del 13 de junio como un «golpe de opinión» en el que se forjaron grandes esperanzas de reconstrucción y convivencia nacional. Aceptó el cargo de magistrado de la Corte Suprema de Justicia que le ofreció Rojas Pinilla, pero después lo abandonó, en vista del carisma de mero poder personalista que fue tomando el régimen de Rojas. Combatió abiertamente las arbitrariedades participó en la caída de Rojas el 10 de mayo de 1957 y tomó parte en el plebiscito convocado por la Junta Militar de Gobierno.
Una vez instaurado el Frente Nacional, durante la administración de Alberto Lleras Camargo, fue elegido por segunda vez designado a la Presidencia de la República, y más tarde, gobernador del Tolima. Durante la presidencia de Carlos Lleras Restrepo, actuó como ministro de Justicia, designado y, de nuevo, embajador ante El Vaticano. Intervino activamente en la reforma constitucional de 1968. Sus últimos años los pasó al margen de la vida política, decepcionado del desastre de las ideas liberales ocasionado por el manejo de dirigentes enfrascados en meras lides personalistas, sin contenido ideológico: «Mi aptitud ha sido orientada por ideales políticos y no por odios o rencores personales». Echandía entendía que el verdadero liberalismo «no es sino una especie de optimismo racional y humanístico». En sus postreros años, realizó fuertes recriminaciones a los manipuladores conservatizados de su partido.
Liberal de formación y de todo corazón, Echandía nunca claudicó en sus ideas liberales de izquierda, abofeteando con su sarcasmo a muchos dirigentes liberales tibios. A sus 80 años, todavía ratificaba su convicción de socialista, lo mismo que el 13 de octubre de 1977, cuando un periodista le preguntó por qué era liberal y él extrañado respondió: «¿Liberal? Si yo soy socialista!». Para Echandía el mejor gobierno era «el del pueblo y debemos a ese ideal, que es lo que nos constituye como partido, lealtad sentimental y lealtad intelectual».
Más que el poder, le interesaron las ideas y la noble causa que implicaba extenderlas y defenderlas, pues consideró que «el hombre es un ser sentimental, que no solamente se mueve por dinero». Desde este punto de vista se definió como un hombre de izquierda, vinculado a los principios revolucionarios que podían funcionar incluso al margen de la ley. La vida del maestro Echandía giró por entero en torno al concepto clásico liberal de la democracia como el gobierno del pueblo y para el pueblo, concepto que enriqueció introduciéndole dos criterios más: los deberes sociales del Estado y los deberes sociales de los particulares. Su aporte a la reforma constitucional de 1936 fue grande: con ella se reforzaron las libertades clásicas de prensa, pensamiento y conciencia; se garantizó la propiedad privada, pero complementada con una función social que implicaba obligaciones; también el derecho individual, como derecho natural de la propiedad, adquirió una limitante: por razones de equidad, se podría expropiar sin previa indemnización; se restringió el monopolio de la educación religiosa, se garantizó la libertad de enseñanza, pero el Estado asumió la inspección y vigilancia de los establecimientos de educación, sin importar que fueran públicos o privados; el trabajo se convirtió en un derecho y una obligación social que gozó de la protección especial del Estado. Otra de las grandes batallas libradas por Echandía fue la del Concordato.
Pretendió recuperar la dignidad y la soberanía del Estado colombiano, sometido desde 1887 a la jerarquía eclesiástica, aun en ámbitos propios del poder civil y político. Como ministro de Educación promulgó la urgencia de precipitar un movimiento educativo masivo en el país, haciendo especial énfasis en el campo. Su tesis principal fue la "democratización de la cultura", donde el Estado ejercería su control y funciones. La reforma agraria constituyó desvelo permanente de Echandía, no en vano fue hijo de provincia y de campesinos cafeteros. Siempre consideró que era la reforma más importante de todas. Para él la conexión entre la democratización de la cultura y la de la tierra, permitiría que la masa colombiana caminara hacia un sistema de expresiones populares integrales.
Antes que la política, su vocación fue humanística. Político por ocasión y por servicio, nunca ambicionó el poder ni lo persiguió. Su ética personal, orientada por sus concepciones jurídicas y por su ideología liberal de izquierda, estuvo orientada siempre al servicio de la colectividad, al servicio del pueblo colombiano. El leitmotiv que orientó su quehacer fue el Derecho; su acción política estuvo marcada por esta expresión jurídica, no en vano muchos de sus contemporáneos lo definieron como «la conciencia jurídica de la nación». Más que por los puestos, cargos y curules que desempeñara, la grandeza del maestro Echandía radicó en erigirse como el renovador doctrinario de su partido, pues no se conformó con realizar una brillantísima carrera burocrática, sino que fue constante agitador de ideas sociales. Su vida fue un continuo debate y él, un batallador incansable por involucrar a su viejo partido con las necesidades del pueblo. Su nombre se ha unido con caracteres indelebles a la falange de liberales colombianos que a lo largo de sus avatares históricos, levantaron las banderas de la masa social y de sus necesidades de justicia.
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